La propuesta de la dirección de Endesa de eliminar la tarifa de empleado a los trabajadores jubilados y prejubilados de la Compañía ha generado una oleada de indignación entre estos y la plantilla. Compartimos el relato “Visitando a mi abuela”, inspirado en esta cuestión, que nos ha llegado de una compañera de Endesa.
“Viernes a media tarde, como cada semana me dirijo a visitar a mi abuela Carmina, pero esta semana con una determinación: “de hoy no pasa que le insinue algo al respecto”. Llego a la casa y abro la puerta, la saludo en alto para que se percate de que soy yo, pues, como de costumbre, tiene la televisión puesta con ese programa de chismorreo que yo tanto detesto, pero que a ella le encanta. Siento el ruido de su silla al levantarse mientras cuelgo mi abrigo, ella asoma la cabeza desde el saloncito y me suelta “¡ah!, ¿eres tú, cariño?”. Cada día oye menos, pero, para sus 83 años, como ella dice, “no me puedo quejar”. Llego hasta ella y, como siempre, me sujeta la cara con sus dos manos, siempre frías. Me suelta dos besos y un “¿cómo estás, cariño?” con una mirada de ojos brillantes que denota felicidad por la visita.
Me tiene frita con estas dos frases: “Siéntate cariño, que te preparo lo tuyo” y “a ver cuándo te echas un novio”. Lo “mío” es lo de siempre, una taza de leche con cacao, que ya con el paso del tiempo acepto sin rechistar, entre una mezcla de resignación y encantadora sensación, pues con la costumbre ya forma parte ineludible de mis visitas. Mientras ella prepara “lo mío”, me dispongo al ritual de siempre, comprobar la carga de batería de su móvil, el saldo y si ha recibido llamadas de vende-humos, reponer el dispensario de sus pastillas para la semana (mi madre me lo recordó tres veces) y acreditar en la despensa el nivel de existencias de agua y leche. Del resto de víveres no hay problema, ya que, mientras Benito no cierre su colmado, siempre estará en disposición de aguantar estoicamente durante meses, pues de todo lo habitual mantiene entre dos y tres unidades, “por si acaso”, como siempre dice ella.
Orgullo y melancolía
Ya una vez dispuestas en la mesa camilla, hablamos de lo de siempre, ella me cuenta sus avatares de vecindad mientras yo rodeo la taza de cacao con mis dos manos, en un trasvase agradable de calor pues debo haber heredado sus manos frías. La taza es la misma de siempre, pues mi abuela parece tenerla predestinada en uso exclusivo para mí. Es la taza que mi abuelo usaba, con el anagrama de la empresa ya desgastado.
Ahora es el momento, ahora se lo voy a decir. Pero mientras ordeno mis pensamientos, haciendo acopio de valor y buscando las mejores palabras, ella me suelta “cómo ha cambiado el tiempo, el frío siempre llega, menos mal que aquí estamos calentitas”. “Sí abuela, estos radiadores de bajo consumo van muy bien, pero acuérdate de apagarlos cuando te vas a la cama”. “Tranquila cariño, me conoces muy bien y sabes como soy, además tengo muy presente que si no fuera porque tu abuelo trabajo en la compañía durante más de treinta años, no me lo podría permitir”. Mientras me lo dice desvía la mirada hacía la fotografía de mi abuelo Antonio, esa en la que junto con mi tío Pascual llevan puesta la chaqueta de la compañía, y se le escapa una mueca, mezcla de orgullo y melancolía por los recuerdos.
Tocada y hundida, mi determinación hecha ruinas, finalizo mi visita con el mismo ritual de siempre, pero con una nueva determinación. No creo que se atrevan a semejante vileza, pero si ocurriese, que sean esos cabrones de Enel quienes se lo digan...
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